Esta vivienda unifamiliar de 2,5 metros de ancho redefine las relaciones espaciales y emocionales entre sus habitantes a través de una configuración vertical, sin puertas y con un núcleo de almacenamiento que es a la vez separación y conexión. Un refugio esencialista que apuesta por la claridad espacial, la luz natural y la flexibilidad de uso en un mundo saturado de estímulos y consumo
En los suburbios de Tokio, en un solar de apenas el ancho de una plaza de aparcamiento y un total de 68 metros cuadrados de superficie, el equipo de Arii Irie Architects crea una intervención arquitectónica que replantea los límites de lo doméstico.
El corazón de esta singular vivienda es un volumen de almacenamiento sobredimensionado que ocupa el centro del espacio y no pertenece a ninguna habitación en concreto. Esta pieza central, casi escultórica, actúa como un elemento autónomo que confunde la percepción del tamaño real de la casa. Como un gran baúl encajado dentro de un único espacio alto, impone una nueva lógica espacial.
Cada una de las estancias se desarrollan en torno a este núcleo, en distintos niveles desplazados medio piso en altura, dando como resultado una casa que se lee más en sección que en planta, con una circulación fluida y continua.
En lugar de puertas que fragmenten, la casa utiliza escaleras longitudinales que flanquean el volumen central. Estas escaleras actúan como pasajes y miradores, separando y uniendo estancias al mismo tiempo. La circulación vertical favorece la visibilidad y el cruce entre los miembros del hogar, y da respuesta a un deseo explícito del cliente: evitar la compartimentación típica de los dormitorios cerrados, que en anteriores viviendas había dificultado la comunicación familiar.
Este gesto sencillo, casi urbano, recuerda a las callejuelas de una ciudad medieval: recorridos lineales, estrechos y con carácter. La arquitectura interior se convierte así en topografía emocional.
La casa, con su interiorismo minimalista y homogéneo, propone un alejamiento consciente del exceso. La repetición de elementos y materiales no busca monotonía, sino una concentración en lo esencial: cómo incide la luz, cómo cambia el espacio a lo largo del día, cómo se habita el vacío.
Esta vivienda no ofrece lujos ni soluciones convencionales, pero sí una atmósfera de calma y recogimiento. En tiempos de saturación visual y sobrecarga sensorial, plantea una forma de habitar más lenta, más consciente, más abierta a la transformación.
Este proyecto demuestra que la innovación no necesita de grandes superficies ni presupuestos excesivos. A través de una estrategia de distribución no convencional, una mirada crítica sobre la privacidad y una apuesta clara por la luz y la proporción, se consigue una vivienda que no solo optimiza el espacio, sino que transforma la experiencia de habitar.
Fotografía de Daici Ano
Escrito por MariaJosé Sanz desde Yokohama