Genio altivo, ser contradictorio, radical y a menudo polémico. El pasado 13 de septiembre el mundo despedía a Jean-Luc Godard, l'enfant terrible del cine francés.
Existen tres momentos clave en la historia del cine, el expresionismo alemán, el neorrealismo italiano y la nouvelle vague francesa. Orgulloso miembro de esta última corriente, Jean-Luc Godard, el autor que deja un legado de innegable influencia en el cine contemporáneo, heredero de su maestría.
Comenzó su andadura como colaborador en la revista Cahiers du Cinéma en 1952, siete años más tarde estrenó su primer largometraje, la icónica “’’À bout de soufflé”. Su profundo conocimiento del cine clásico hollywoodiense derivó en un deseo de ruptura total, ruptura del lenguaje, de la cuarta pared, de las reglas de continuidad en el montaje, del formato de pantalla, de la linealidad narrativa, del modo de grabar.... En definitiva, cuestionó cualquier dogma o convencionalismo consiguiendo una reformulación de la relación personaje-director-espectador. Escuché a JLG (de Garci) decir de JLG (de Godard) que su comportamiento se asemeja al de un músico de jazz, el artista conocedor de la técnica que se divierte improvisando y quebrando las reglas.
Fotograma de À bout de souffle, 1960
El cine no es un fenómeno cultural aislado, en concreto en el de Godard abundan las referencias literarias, artísticas, políticas y, nuestras favoritas, referencias arquitectónicas. Las locaciones de su obra no son un mero marco para la acción, el espacio fílmico contribuye y se torna esencial en la estructura de la trama. Sus largometrajes son una oda a la relación entre espacialidad, percepción y experiencia.
Fotograma de Deux ou trois choses que je sais d'elle, 1967
El director escapa del control del estudio de rodaje para salir a filmar a la calle. Su obra es una ventana a un Paris luminoso en “Bande à Part”, en plena transformación urbanística en “Deux ou trois choses que je sais d’elle” o mucho más sórdido y futurista en “Alphaville”. Interpreta el espacio arquitectónico de su propia época, e incluso de otras imaginadas.
Forograma de Bande à part, 1964
Nos hace amar la ciudad, la vivienda o el museo, porque nos aproxima a ellos con la misma intensidad y sensualidad con la que nos revela a Anna Karina, ¿quién se resiste a tanta intimidad?. Su brillantez nos transporta al lugar y nos hace recorrer el espacio que súbitamente es tridimensional gracias a los movimientos ávidos de la cámara, ente animado y autónomo. Godard nos dirige con una naturalidad deliberada hacia el foco de la acción, nos sienta en los cafés de París como antes Ozu nos sentó en un tatami.
Fotograma de Vivre sa Vie, 1962
“Le Mépris”, una de sus obras más celebradas, es un fantástico ejemplo de cómo abordar las experiencias arquitectónicas desde una base narrativa. Protagonizada por Brigitte Bardot y Fritz Lang interpretándose a sí mismo, la trama permite obtener una lectura del ambiente arquitectónico. La acción se desarrolla en tres escenarios: la decadente Cinecittà, en la periferia de Roma, un apartamento en el centro y la fastuosa casa Malaparte, en Capri. Godard coloca la arquitectura al servicio de la historia para enfatizar la complejidad del conflicto sentimental entre los dos caracteres principales.
Fotograma de Le Mépris, 1963
Fotograma de Le Mépris, 1963
Y ahora que ya no está, varados en la playa nos sumimos en el tedio, como su musa, “Qu’est-ce que je peux faire?, Je sais pas quoi faire…”.
Escrito por Cristina Pino desde OPORTO