Entre la Sierra del Cuera y los acantilados del Cantábrico, La Posada, antigua Posada de Babel, renace como un ejercicio de arquitectura emocional. Treinta años después de su fundación, el mítico hotel rural de La Pereda (una aldea de Llanes) rejuvenece sin perder su esencia: un refugio abierto al arte, al paisaje y a la convivencia
La historia de La Posada comienza en los años noventa, cuando Blanca y Lucas, una joven pareja madrileña, decidieron crear un hotel “con otra mirada” en un rincón de Asturias. Con el apoyo del estudio César Ruiz-Larrea Asociados, el proyecto combinó desde sus orígenes la arquitectura contemporánea con el respeto al entorno rural, sentando las bases de una nueva forma de habitar el paisaje.
Durante décadas, el lugar fue mucho más que un alojamiento: un espacio cultural donde se mezclaban familia, huéspedes y artistas. Fotógrafos como Nicolás Muller o José Ferrero, y creadores contemporáneos como Alejandra Pombo, Amalia R. L. Fernández o Gabriel Alonso, convivieron con los visitantes, generando una atmósfera única de diálogo entre arte, naturaleza y hospitalidad.
Con el paso del tiempo, La Posada y sus fundadores, sintieron la necesidad de renovarse. Así nació la colaboración con Estudio Brillante, un equipo de jovenes publicitas que redefinió su identidad bajo dos conceptos: La Posada una Casa Abierta y Menos Hoteles, Más Refugios. En cambio, la transformación arquitectónica y espacial fue confiada a Mariano, arquitecto y diseñador, quien abordó la intervención desde la emoción y la memoria.
El proyecto no pretende borrar el pasado, sino hacerlo visible. Los muebles originales se reaprovechan y muestran las huellas del tiempo: tapizados rasgados, maderas desnudas, hierro sin tratar. Todo dialoga con un color protagonista, el índigo, el color del techo de vestíbulo que siempre estuvo allí. Este azul unifica espacios y actúa como hilo conductor entre generaciones. Alegre y natural, este tono envuelve vestíbulos, habitaciones y rincones con una energía serena, casi vital.
La reforma redefine la relación entre huésped y espacio. La tradicional separación entre vestíbulo, recepción y comedor desaparece para dar paso a una gran zona común: una isla central de acero negro que funciona como cocina, mesa de trabajo o punto de encuentro. La iluminación integrada extendiéndose por encima a lo que antes era el salón y que, ahora, está separado por unas “jaulas” que sirven de despensa, las cuales delimitan sin cerrar, permitiendo un uso libre y espontáneo.
El interior se abre al exterior a través de grandes puertas acristaladas que disuelven los límites entre el azul del interior y el verde de los prados asturianos. La imperfección de pinturas inacabadas, juntas visibles, materiales en bruto o agujeros que unen los espacios, se convierte en lenguaje: una declaración de honestidad estética.
Hoy, La Posada rejuvenece para seguir siendo lo que siempre fue: un lugar con alma, un refugio para el arte, la naturaleza y la vida compartida. Y, como hace treinta años, Blanca y Lucas siguen ahí, jóvenes otra vez, celebrando el poder del espacio bien pensado para contar una historia.
Fotografías de Imagen Subliminal
La Posada: arquitectura emocional en el paisaje asturiano







