A partir de procesos de participación social, Fabio Márquez plantea intervenciones paisajísticas recuperando la fauna y la flora autóctonas, promoviendo la convivencia urbana entre el hombre y la naturaleza, recurriendo a los laberintos como símbolo y emblema de sus actuaciones
Toda la obra del argentino Fabio Márquez parte de la idea del paisaje como patrimonio social. Más allá de su manipulación funcional, su estética y su explotación turística, el paisaje es entendido como la expresión cultural de la sociedad que lo disfruta. Ante la desnaturalización del medio urbano que habitamos, Fabio Márquez propone la reinserción del elemento natural, haciendo especial hincapié en la flora y fauna autóctonas para conseguir la mayor biodiversidad posible.
Uno de los proyectos que ejemplifica su forma de proceder es el parque de flora nativa Benito Quinquela Martín (2005-2006), en Buenos Aires, anteriormente conocido como de Casa Amarilla. El proceso de diseño se inició con la participación social de los propios vecinos, incluyendo una representación de niños del barrio. El consenso entre los distintos agentes, la comisión de vecinos y el equipo técnico, finalizó con la elaboración de un plan director de la actuación.
El parque de 4 hectáreas ocupa un antiguo espacio ferroviario. Por primera vez en la ciudad, se recurrió únicamente a especies rioplatenses, con la única excepción de nueve perales que rememoran la plantación pionera en ese lugar, durante el siglo XIX, de este frutal en su variedad Williams.
Las propuestas de Fabio Márquez acercan al ciudadano la flora y la fauna silvestres, sobre todo especies arbustivas de floración y pájaros. Son especialmente significativos sus jardines de mariposas, como los creados en el Centro Cultural Recoleta y en el Paseo Alcorta, o su propuesta de peatonalización del puente Bosch como espacio, también, de mariposas. Como recurso formal, en muchos de sus proyectos utiliza laberintos clásicos circulares de una sola entrada y tres circuitos, que caracterizan muchas de sus intervenciones, así por ejemplo, el propuesto para la plaza Salaberry o el construido en la placita de Elsa Rabinovich (2016).
El laberinto singulariza la actuación, se convierte en un elemento de ocio para los juegos de los niños, a la vez que despierta connotaciones místicas en una visión lejana o cenital. En el parque Indoamericano (2007) se construyó uno de ellos (posteriormente desmontado), dentro de un área tratada de manera silvestre. La propuesta de construcción de un laberinto mucho más complejo y de mayores dimensiones no llegó a ejecutarse en su momento.
Una de sus últimas actuaciones, inaugurada en 2019, ha sido el bioparque de Salto Grande (Entre Ríos). El concurso, convocado en el año 2014, buscaba la restauración ambiental y paisajística de un área de cerca de 20 hectáreas. La propuesta acota dos zonas claramente diferenciadas. Una de reserva ecológica, debido a su gran valor ambiental, y otra destinada a parque público.
En los espacios más sensibles y que requieren una mayor protección mediambiental, el acceso está restringido. Los visitantes discurren en las inmediaciones, circulando por pasarelas elevadas del terreno. El contacto con la biodiversidad del lugar se realiza inmerso en ella, pero a distancia, desde miradores y espacios de descanso.
Desde un puesto de avistamiento, se pueden contemplar las distintas especies que anidan, habitan o transitan por la zona. La estructura de madera que oculta a los visitantes posee una cubierta vegetal que duplica la superficie a colonizar por plantas e insectos.
En el espacio destinado a parque público, se permite un disfrute directo de la naturaleza. Se trata de un lugar de expansión y ocio para los visitantes, que ahora discurren a ras de suelo, y donde ocupan un lugar destacado los juegos para niños.
Como en otros proyectos, es el laberinto el elemento singular de la intervención. Una serie de troncos hincados en el terreno generan esta mítica figura geométrica que invita a ser recorrida.
Los proyectos de Fabio Márquez buscan la calidad de la vida urbana a partir de la promoción de la biodiversidad dentro de la ciudad. Los seres vivos y sus ecosistemas contrarrestan la rutina diaria y la monotonía del paisaje humanizado, gracias a su dinamismo, aportando sonidos, formas, texturas y colores diferentes y variables. En la ciudad del siglo XXI, la naturaleza se instala como un habitante más.
Fotografías de Fabio Márquez