El Equipo Olivares, formado por los socios Javier Pérez‐Alcalde Schwartz y Fernando Aguarta García, nos envía uno de sus últimos proyectos; una vivienda unifamiliar integrada en el paisaje donde la adapatción de volúmenes y la elección de los materiales es clave para un resultado espectacular
La urbanización La Baranda, en El Sauzal, Tenerife, disfruta de un paisaje excepcional: la costa norte de la isla, coronada por la presencia imponente del Teide, se despliega derramándose hasta el océano. Por lo demás, las parcelas cuentan con una pendiente tan pronunciada que la normativa, tras algunos ejemplos deplorables, requiere una cuidadosa adaptación volumétrica.
Así pues, ante el emocionante panorama y la aguda topografía, comenzamos buscando una cierta abstracción: manipular el terreno con criterios agrícolas, abancalando los niveles mediante muros de contención y “cultivando” las terrazas con espacios habitables bajo franjas de paisaje restituido. Como remate y fachada urbana, una leve inclinación de la cubierta superior permite que la aproximación a la vivienda no pervierta la experiencia.
Y así, lo único que se aprecia al acercarnos es un fragmento de monte, un jardín de especies locales que define una posición primordial: la intención de alterar el lugar lo menos posible o, al menos, la aspiración a una convivencia respetuosa de la nueva vivienda con lo que estaba allí.
El resto de decisiones aluden a los sentidos, combinando la experiencia de los recorridos con el ritual de las vistas sustraídas o puntualmente enmarcadas, la eficiencia energética (cubiertas verdes, ventilación cruzada) y el uso de materiales que aluden a la memoria local, alternando muros de tiras basálticas con celosías ‐de madera cuperizada u hormigón‐ y pavimentos continuos de cemento pulido o piedra en la piscina, una poza fresca que parece un pliegue natural en el territorio.
La casa MaMa, en fin, se percibe como una sucesión escalonada de muros trepando por la pendiente con diferentes grados de permeabilidad y diversa materialidad. Y en la planta baja, en su entrega con los espacios comunes ‐donde la vivienda se extiende hacia el exterior‐ se disuelven plegándose para convertirse en generosas pérgolas que dotan de sombra y movimiento a una arquitectura tan sólida como discreta.
Fotografías de José Oller