Obra de Elizabeth Diller y Ricardo Scofidio, 20 años atrás el proyecto The Blur Building fue capaz de ofrecernos un espectáculo de sensaciones donde nuestros sentidos se ven desafiados rodeados por una arquitectura construida por elementos naturales
The Blur Building, creado por los arquitectos Elizabeth Diller y Ricardo Scofidio, fue un pabellón temporal construido para la Swiss Expo 2002 en Yverdon-les-Bains, Suiza. Tal y como describen los arquitectos, esta obra era una arquitectura de atmósfera: una masa de niebla resultante de fuerzas naturales y artificiales.
Una estructura de metal, puntales rectilíneos y varillas diagonales en voladizo sobre el agua del Lago Neuchâtel, conforman la base del proyecto. Las varillas fueron equipadas con 35.000 boquillas de alta presión, las cuales bombeaban y disparaban el agua del lago creando una fina niebla controlada mediante un complejo sistema meteorológico. Un sistema inteligente capaz de leer las condiciones climáticas cambiantes de temperatura, humedad, velocidad y dirección del viento en cada momento, para de esta manera regular la presión del agua en cada una de las diferentes zonas del pabellón. Esta niebla conseguía una nube que envolvía el marco de metal para crear la ilusión de un edificio vaporoso con unas dimensiones de 91´5 metros de ancho y 20 metros de alto.
Al entrar en The Blur Building, las referencias visuales y acústicas desaparecen, al contrario de los entornos inmersivos que luchan por ejercitar los cinco sentidos al máximo. En este pabellón de exposiciones no hay nada que ver excepto nuestra dependencia de la visión misma. Acompañados del ruido blanco de las boquillas de alta presión y una nube densa, en el interior se podía encontrar también un entorno acústico creado por Christian Marclay.
Antes de recorrer la rampa de 122 metros que conducía al centro del edificio, a los visitantes se les hacía una prueba de personalidad y se les entregaba un Braincoat: un impermeable capaz de almacenar todos los datos personales recopilados por la prueba para crear un perfil de usuario. Este perfil podía ser identificado por la red informática de la edificación, pudiendo localizar a cada participante e identificarlo en cualquier momento. A medida que los visitantes llegaban a la estructura, cuando se cruzaban con otros, los Braincoats analizaban los perfiles y cambiaban de color según la compatibilidad con la persona que tenían al lado.
Una vez dentro, los visitantes podían ascender al Angel Deck mediante una escalera que emergía a través de la niebla hacia el cielo azul. Un lugar donde apreciar el agua, no solo como el material principal del edificio y del paisaje, sino también como un placer gastronómico. Literalmente, el público podía beber el edificio, una experiencia donde una vez más la barrera entre lo material y lo impalpable se volvía a romper.