Desde el respeto hacia el patrimonio cultural construido se ha renovado en uso el Monasterio Dominico de Ptuj en Eslovenia, atendiendo tanto a las exigencias de los conservacionistas como a las demandas funcionales que requería el nuevo contenido.
Más de 800 años de historia han transcurrido dentro de los muros de este Convento Dominico en Ptuj. Comenzaron su construcción a principios del siglo XIII junto a edificios románicos existentes. La Iglesia, de configuración original románica, se transformó en barroca pasando por diversas fases góticas intermedias.
Después de la disolución del Monasterio en el siglo XVIII fue utilizado de forma diversa como cuartel, hospital, museo e incluso como vivienda social. Todos estos usos dejaron su impronta en la historia de sus muros.
La nave fue la que sufrió mayor número de transformaciones. Tras perder la totalidad de su ábside la nueva nave barroca se construyó comprimida entre los muros que quedaban en pie, dando lugar a la imagen inusualmente alargada que hoy se conserva. Cuando los dominicos se marcharon, se dividió en tres plantas, esto supuso la abertura de nuevos huecos en su fachada. El resto del Monasterio no sufrió tantas modificaciones.
Para los arquitectos, el estudio ENOTA, era importante adaptar el edificio al nuevo uso sin realizar grandes intervenciones invasivas que dañaran su estructura original, mostrando y enfatizando su valor histórico y artístico. Emplazar un centro cultural y auditorio era una función que se acercaba a la que tenía en origen. Así el nuevo esquema organizativo se adaptó a la perfección.
El salón de eventos principal se situó en la nave antigua, el resto de espacios se dispusieron alrededor del claustro. El claustro se convirtió en el hall de acceso desde el que parten todos los recorridos por el edificio.
La arquitectura debía proporcionar los espacios requeridos por el programa para su correcto funcionamiento, mientras que la restauración se realizaría más lentamente. Debía realizarse la adaptación sin intervenir en aquellos paramentos que aún no habían sido restaurados o en los que se preveía encontrar hallazgos arqueológicos. En el suelo si se podía trabajar. Éste alberga la red de nuevas instalaciones de calefacción, ventilación, iluminación y sonido. Así los muros quedan intactos y listos para ser restaurados mientras el edificio puede estar ya en funcionamiento.
Estéticamente el suelo se convierte en una continua alfombra negra de hormigón que atraviesa los espacios de diferentes estilos constructivos, enlazándolos a lo largo del camino por el Monasterio. Acabado neutral que no entorpece la lectura histórica del edificio.
En el espacio central de la nave el trabajo arqueológico reveló importantes hallazgos, sepulcros, retablos y restos de suelos hechos con antiguas lápidas romanas. Éstos quedarían expuestos in situ.
En este punto los arquitectos proyectaron un elemento espacial nuevo, el graderío, una losa negra plegada elevada sobre los restos arqueológicos, que conceptualmente separa la Iglesia barroca reconstruida de los restos del edificio gótico antiguo.
Los visitantes experimentan una secuencia espacial muy interesante, ya que el camino a lo largo de la escalera que conduce a los asientos se transforma en un recorrido histórico. Tras visitar las ruinas antiguas se asciende a un primer descanso desde el que se contempla la planta del edificio gótico, de este a otro que permite ver de cerca los detalles medievales recientemente descubiertos. Finalmente, en la parte superior, la vista de la nave barroca en todo su esplendor. Es en este espacio donde el contraste negro sobre blanco se hace más presente.
© Fotos Miran Kambič
© Planos ENOTA