Siete vidas es un edificio de tan sólo de pequeñas viviendas situado en pleno centro antiguo de Barcelona, con el que los arquitectos Anna & Eugeni Bach consiguen integrarse en el viejo barrio de Horta, utilizando elementos y colores tradicionales con un lenguaje contemporáneo y divertido que lo posicionan como uno de los actuales ejemplos de la buena arquitectura
La edificación, de tan sólo 217 m2, ocupa una parcela entre medianeras de reducidas dimensiones, que limita la superficie de cada planta, y por tanto de cada vivienda, a tan sólo 40 m2.
Se busca una tipología flexible y adaptable a distintas formas de vida, respondiendo a las pretensiones del propietario: destinar las viviendas al alquiler turístico hasta que en un futuro sus hijos puedan ocuparlas durante su época de estudiantes. Por ello, se opta por un espacio diáfano con un núcleo central que alberga las estancias húmedas, cocina y baño, y el elemento de circulación vertical, una escalera de ancho suficiente para poder integrar en un futuro si es necesario una plataforma elevadora.
Los dos espacios contiguos a este núcleo, que se abren a las dos fachadas disponibles, una a la vía pública y la otra al patio trasero de manzana, tienen las mismas dimensiones, no se establecen jerarquías entre ambos. Ello permite su diversidad de usos, pudiendo actuar como sala de estar y dormitorio o como dos dormitorios, en función de las necesidades cambiantes a lo largo de la vida útil del edificio, dando lugar a esas siete vidas que inspira el nombre del proyecto.
Ambos espacios disponen de ventanas que, en las dos plantas superiores disponen de balcones, mientras que la planta baja se abre en su fachada trasera al generoso patio exterior.
En compensación, las dos viviendas superiores cuentan con el uso y disfrute de la terraza superior, dividida en dos mitades, concebida como un espacio más al servicio de los habitantes de las mismas.
El edificio se vuelve un icono en el barrio gracias al tratamiento de la fachada, donde un sencillo revoco gris verdoso contrasta con el vibrante amarillo escogido para las carpinterías exteriores, los balcones metálicos y las persianas, ambos dentro de la paleta cromática común en el barrio.
Además, se caracteriza por incluir un marco de ventana situado en la fachada de la cubierta, sobresaliendo del peto, dialogando con el edificio vecino, el único que cuenta con una planta más de las permitidas, alcanzando así su altura de cornisa.
El mismo color amarillo protagoniza los acabados interiores, utilizado nuevamente en carpinterías y en algunos otros acabados, como es el caso de la escalera, que nuevamente contrasta con los tonos neutros de los paramentos lisos o de bloque de hormigón visto.
Imágenes de Eugeni Bach