Creada en la década de los 70 como un proyecto con raíces prehispánicas, la casa taller del arquitecto mexicano Agustín Hernández juega con la geometría y el equilibrio para provocar una mezcla de curiosidad y asombro
La casa y taller del arquitecto mexicano Agustín Hernández es una de las obras más icónicas de su larga carrera. Para el arquitecto se trata de una obra que sintetiza la unión entre la estructura, la forma y la función, de ahí que haga referencia a la naturaleza y vegetación que la rodea desde 1975 en el noreste de la capital mexicana.
Fotografías de: Mi Moleskine Arquitectónico
Fiel a su gusto por la geometría que propone juegos visuales y estructurales a base de grandes gestos, el edificio se trata en términos generales de una columna central que sostiene 4 volúmenes interconectados en forma de “T” cuyas aristas y perfiles se inclinan 60 grados. La columna a su vez, alberca las escaleras que resuelven la circulación vertical para comunicar ambos lados de un predio con pendiente pronunciada y un barranco de 40 metros de altura.
Según cuenta el arquitecto, mientras observaba las palapas de Acapulco, obras vernáculas de la región y de muchas otras zonas costeras, vislumbró un posible planteamiento estructural que combinara por un lado esfuerzos de tensión y por el otro esfuerzos a la compresión, equilibrándose en el centro, desde donde se accede al estudio por medio de una plataforma.
Si bien la obra pertenece a una larga tradición tectónica de la arquitectura mexicana, muchas veces receptora de valores y formas trapezoidales, en esta ocasión el arquitecto propone un juego inverso al levantar y suspender una gran masa sobre el suelo. El volumen de hormigón en este caso, y similar a la arquitectura de su colega contemporáneo el arquitecto Teodoro González de León, ha sido martelinado lo que saca a la superficie los agregados de mármol en su interior.
Fotografías de: Usuario de Flickr Omar Omar
La articulación o encaje de estos dos volúmenes así como la interacción de sus esfuerzos dan por resultado un interior donde los muros son oblicuos y los vanos resultados de su intersección son triangulares.
Deudora de cierto imaginario proveniente del metabolismo japonés, la obra ha sido capaz de integrarse al paisaje boscoso de la zona. Fue y es un motivo de admiración así como de demostrar una vez más que una práctica en continua reflexión y experimentación es posible.
Agustín Hernández
Escrito por Daniel De León Languré desde Ciudad de México
Fotografías de: Usuario de Flickr: Omar Omar, Moleskine Arquitectónico