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Iniciativas: Hacia las redes comarcales

Iniciativas: Hacia las redes comarcales. Artículo de opinión del arquitecto José Manuel Sanz para Arquitectura y Empresa

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Iniciativas: Hacia las redes comarcales. Artículo de opinión del arquitecto José Manuel Sanz para Arquitectura y Empresa

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Esta no es una idea nueva. Al revés. Tal vez por eso, por su obviedad, se piensa poco en ella o se desecha antes de desarrollarla.

Es uno de los más antiguos procedimientos para la repoblación de las  personas y para  la reactivación de las regiones.

A veces, por decisiones poderosas  propias de otra época, se repoblaban territorios a las bravas, trasladando a la fuerza, o casi, a gentes de un lugar a otro.  Así fue al principio de la época moderna en España, hacia finales del siglo XV,  cuando la continua guerra medieval  y sobre todo la expulsión de judíos y moriscos dejaron sin población a extensas zonas del centro y el sur de la península. En cierto modo nunca nos hemos recuperado de aquello y muchos historiadores  han visto en aquellos errores, que tanto afectaron a la industria artesanal y a la agricultura, el principio de una decadencia que se pondría de manifiesto con claridad un siglo después.

La colonización, palabra cuyo origen no deja lugar a dudas, precisa en todo tiempo y en este más, del aliciente como motor para las personas. A eso me referiré.

Hace tiempo que sospecho que dentro de algunos años habrá un movimiento de regreso de la ciudad al campo. La primera razón es que “el campo” ya no está lejos. O para ser más exacto, es la ciudad la que ya no aparece tan alejada para la vida en un medio más natural.

Las grandes migraciones hacia la ciudad se produjeron por el “efecto”  llamada de la nueva civilización industrial desde finales del siglo XIX, que ofrecía insospechadas posibilidades de trabajo “acotado” en el tiempo, un salario fijo y huir de la dependencia de un clima duro y caprichoso,  capaz de  estropear   las cosechas y con ellas el esfuerzo y el beneficio de todo un año.

Pero no solo era eso. Se trataba de la atracción de un mundo moderno, con alternativas, donde el ocio y la diversión tenían cabida. También la relación diversa con muchos otros, la apertura de la mente a la cultura y el conocimiento. Y por qué no decirlo, también un cierto derecho a la intimidad que proporciona el anonimato. La ciudad ofrecía todo eso y mucho más. La ciudad, crisol de relaciones e intercambios, ofrecía y ofrece  un enorme territorio creativo hasta el punto, se dice, que Shakespeare escribió todas sus obras en la ciudad y no volvió a escribir  una sola línea después de abandonarla.

Los padres agricultores o artesanos locales deseaban mejores perspectivas para sus hijos, muchos de los cuales aprendieron oficios más “urbanos” y no pocos accedieron al sueño de la Universidad. Todo eso conllevaba el abandono por las nuevas generaciones, en casi todos los casos, de aquellas labores locales ligadas a la tierra y a las costumbres y procedimientos de la vida rural.

Alguien se preguntará qué ha cambiado que justifique ese atisbo de optimismo sobre una revitalización de ese medio rural.

Es verdad que la realidad actual es patética en todos los aspectos y lo prueba los movimientos casi “desesperados” de concienciación y reacción contra este fenómeno de abandono que, sin embargo y ojala no me equivoque, puede encontrase en sus años finales. 

Antes afirmaba que la ciudad está ahora más cerca. Los sueños de novedad, de alternativas de vida, de información, relación, cultura etc. están ahora mucho más a la mano a través de las comunicaciones rápidas por autopista (a veces incluso  por ferrocarril) y desde luego por el fenómeno de la televisión y el de Internet que acercan a cualquier lugar el contenido de un tiempo presente.

Debemos recordar que en los primeros años del siglo pasado, en el punto culminante de estas migraciones,  aún se viajaba en diligencia. Irse a la ciudad representaba el absoluto abandono del medio. Las infinitas guerras contribuyeron a ello. La mayor parte de la población rural de esa época no llegó nunca a conocer la gran ciudad y de los que lo hicieron pocos regresarían a su lugar de origen. Esa dicotomía pueblo-ciudad, que tomó forma entonces de manera tan dramática, está hoy más diluida en la mente de las generaciones nuevas, aunque patéticamente presente en el envejecimiento de los que “quedan” y en la despoblación y soledad que representa su paulatina desaparición. Unos lentos y oscuros tañidos de campanas nos lo recuerdan de vez en cuando.

Pero hay nuevas perspectivas detrás de esas novedades y de esa nueva cercanía  a la entonces “tierra prometida” que representaba  la nueva vida urbana.

No tardaremos mucho en darnos cuenta –ya está ocurriendo- que el “ser urbano” y el “ser rural” no son incompatibles ni contradictorios en nuestro tiempo. Que las carencias y las dificultades  que sentimos en uno u otro medio pueden ser plenamente compensadas en el otro. Que el “campesino” y el “ciudadano” están llamados a encontrarse en una nueva forma de habitar  más compleja. 

Pero es evidente que, todavía hoy, la “habitación” en un lugar concreto aparece ligada por cercanía a los medios de producción  y los consiguientes puestos de trabajo. Digo “todavía” porque existe una creciente desvinculación del espacio concreto en muchos trabajos, sobre todo en el sector de los servicios profesionales, de gestión y administración. Muchas gestiones, bien lo sabemos,  de una compañía contemporánea, se hacen a miles de kilómetros del usuario. Un ordenador es un punto de trabajo en cualquier lugar y tiempo. Un punto desligado de obstáculos y distancias. Y, como esta pandemia ha demostrado, esta nueva forma de habitante puede comunicarse  en voz e imagen en tiempo real con cualquier otra persona en cualquier lugar del mundo. Tenemos la oportunidad de acometer los más diversos trabajos y resolver “lejanos” problemas  contemplando, al mismo tiempo, un extraordinario paisaje natural. Esto, espero, tendrá su peso en un tiempo no lejano.

Son por tanto   la agricultura y la mayoría de los  procesos industriales los que aun precisan esa inmediatez física con el lugar. En ellos deberemos fijarnos también para establecer las condiciones para esa deseada recuperación de la actividad y la repoblación en el medio rural.

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Empezando por la agricultura,  será necesario establecer nuevas y mejores formas de asociación para la explotación agrícola. La maquinaria simplifica numerosas labores pero la mejora y actualización de la misma exige unos grados superiores de cooperación y también la formación en nuevas técnicas. Lo mismo diríamos en el ámbito de la distribución y la comercialización de los productos agrarios. El Estado debe proporcionar la legislación y los medios que eviten la tremenda desproporción actual entre el precio final al consumidor y los beneficios del agricultor que es, sigue siendo, el que corre riesgo de pérdida de sus cosechas con  todas sus consecuencias. Si el Estado debe corregir desigualdades, este es el caso. Si el campo no proporciona una mínima seguridad y una rentabilidad razonable al que lo trabaja no habrá solución.

Pero no solo es la protección justa de la Legislación: Se trata de proporcionar alicientes y eso pasa  por diversificar la oferta de trabajo ofreciendo también alternativas  a la agricultura.

¿Cómo hacerlo? Estas comarcas  vacías nos llenan los ojos de maravillosos paisajes que es necesario proteger. Pero siempre hay enclaves menos bellos y terrenos no productivos desde el punto de vista de la explotación agrícola.

La expropiación de algunos de esos enclaves para establecer polos industriales es sin duda una buena solución. Sus propietarios obtendrían al menos una compensación por terrenos inservibles. Una vez expropiados podrían regalarse a empresas emprendedoras que verían en una   inversión inicial muy pequeña (lo justo  para sufragar unas infraestructuras básicas) una oportunidad de establecimiento competitivo. La inversión pública inicial sería mínima y se generarían  paulatinamente nuevos puestos de trabajo para las poblaciones cercanas, revitalizándolas. La actividad llama a la actividad y la recuperación del tono de vida atraería a otras empresas y personas, lo que acabaría redundando igualmente en  la actividad agraria.

Para  el  pensamiento de una generación que desee volver a habitar estas comarcas, estos alicientes deben contener la facilidad para establecerse como parejas y formar familias y para ello disponer de servicios básicos de suministros, servicios,  sanidad y educación.  ¿Cómo hacerlo desde la situación actual de despoblación y carencias? ¿Cómo justificar económicamente estos servicios y prestaciones en unos pueblos vacíos?  Solo es posible mediante una urdimbre   que supere la individualidad y los estructure a nivel comarcal y aun regional.  Convertir las poblaciones en redes de poblaciones que comparten servicios, suministros, sanidad y colegios. Lo que ya existe pero de manera más tupida, mejorada, continua y estructurada. Utilizar y formarse en los medios digitales que resuelven problemas a distancia de manera impensable hace solo unos pocos años. En ese sentido cabe destacar la labor de Digital Rural cuyo conocimiento  recomiendo a todos.

Un niño de la ciudad asiste a un colegio a muchos kilómetros de su residencia, su familia  compra ya en centros comerciales lejanos   y es asistido frecuentemente en un centro sanitario relativamente alejado.  No tardará más  en nuestro caso si encuentra lo que necesita  en una población cercana. Aun  funcionará mejor y de manera más equilibrada si se produce un intercambio de especialidades entre las distintas poblaciones de esa trama, aportando cada una los servicios que otras no tienen y necesitan igualmente.

Sin duda es necesaria la aportación de la iniciativa pública, pero la política, siempre lo he creído, debe generarse por las  ideas e impulsos de los ciudadanos (no olvidemos, contribuyentes), que deben mover el árbol de las instituciones si quieren que estas salgan de la comodidad y la rutina y empiecen a resolver de verdad los problemas que nos acucian. 

De la apatía del ciudadano solo se obtiene lentitud, ineficacia  de las instituciones y sueldos públicos regalados.  

La recuperación de la España vacía necesita el motor inicial imprescindible de la ilusión por la conquista. Pero no basta. Son necesarias las ideas, creer en ellas  y el esfuerzo común solidario para ponerlas en marcha.

José Manuel Sanz

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