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Límites: Artículo de opinión del arquitecto José Manuel Sanz para Arquitectura y Empresa

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Límites: Artículo de opinión del arquitecto José Manuel Sanz para Arquitectura y Empresa

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Parece que (los privilegiados del llamado primer mundo) perteneciéramos a unas generaciones que, en general, han preferido vivir sin pensar lo que se vive. Sólo viviendo o simplemente haciendo, como si nos hubieran puesto ahí un buen día para iniciar un recorrido sin fijarnos demasiado en lo que nos rodea. Mirando sin ver. Hacer sin pensar del todo en lo que hacemos.

Vivir con sensación de no tener límites. Sin límite en las costumbres, en el acceso a bienes de todo tipo, en la posibilidad de desplazarnos, con pocos límites en la ciencia, desdibujando los límites de la educación, ejerciendo, sin límites, nuestra voluntad de hacer o no hacer. Confundiendo tantas veces esto con el concepto de libertad.

Sobrados en nuestra sensación de infinitud, hemos vistos lejos, desde este primer mundo, los problemas de otros como ajenos, por graves que fueran, incluso cuando esos “otros” estaban más cerca. Como he dicho en alguna ocasión “el mundo como noticias de un telediario”.

Insensibilizados o al menos poco conscientes, hemos tenido que dedicar “días” especiales, como si nos zarandearan o despertaran del letargo, para recordar a la madre, al padre, la mujer, el colectivo LGTBI, la violencia de género, los refugiados …. Incluso en la Navidad parecemos concentrar todas nuestras intenciones mejores hacia esos “otros”, a quien ignoraremos en Enero, en una extraña mezcla, quien sabe en qué proporción, de afecto y complejo de culpa.

La rutina que ve deslizar los días y superponer los viernes sin darnos cuenta nos hace sentirnos en un paisaje monótono en el que casi nunca pasa nada. Vemos la Historia con cierta admiración y hasta envidia hacia los que vivieron hechos excepcionales, tal vez porque, espectadores cómodos y a salvo por su lejanía, son “los otros” los que la vivieron. Habremos escuchado calificar con demasiada facilidad de “histórico” cualquier acontecimiento eventual o de puntual importancia que destacaba en la plana normalidad, en un deseo, tal vez, de no pasar sin involucrarnos o pertenecer a momentos recordables. Algo nos correspondió en aquellas tragedias lejanas o cercanas de los fatídicos atentados yihadistas.

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La generación de mis padres y abuelos, sin embargo, vivió y sufrió con intensidad, en un periodo de poco más de 30 años, el horror de una gripe que causó entre 40 y 50 millones de muertos, de dos guerras mundiales largas y sangrientas y una terrible guerra propia. Sobrevivieron (los que lo hicieron) al miedo y la tragedia.

Este día precioso de primavera, el más largo de sol hasta ahora, presenta las calles vacías y un paisaje extraño como de película catastrofista americana hecha realidad.

Asistimos, incrédulos, a un hecho verdaderamente histórico: Un bichito minúsculo e invisible es capaz de desmontar nuestra seguridad y arrogancia. Y hacer tambalear nuestro tinglado económico.

Las ventanas y paredes de nuestras casas son ahora los límites de la ciudad. Una ciudad que prefiere estar sola porque le apestamos.

La casa era refugio frente a lo público. Lo público se defiende ahora de nosotros y nos encierra en ella.

Las últimas generaciones, que han vivido momentos duros en lo económico pero que desde la caída del muro de Berlín han disfrutado esta larga “segunda Belle Époque “, ya tiene “su guerra” (confiemos que única) y puede contar la batalla a sus descendientes.

La Humanidad, confiada, desprevenida y sorprendida ante su insospechada fragilidad ha visto, atónita, perdida su coraza de seguridad inviolable.

No sé quién decía que los humanos nos caracterizamos por nuestra capacidad de “ensimismamiento” -es decir de recogernos en nuestros pensamientos – y de reflexión, es decir pensar sobre lo hecho y lo pensado.

Pero puede que esos límites infinitos de los que hablaba al principio hayan dispersado esa capacidad de reflexión y puede entonces que estas paredes cercanas nos ayuden o nos fuercen ahora a “reflejar” nuestros pensamientos.

Porque esta es una oportunidad para replantearnos muchas cosas de un mundo que tiene desviados sus objetivos y olvidados valores que no deben perderse. Algunos de esos valores se muestran en la gente que está luchando contra reloj y sin descanso por salvarnos, y se asoma a los balcones de los que les aplauden agradecidos. Pero hay mucho, mucho más que hacer y pensar sobre lo que no estamos haciendo bien.

También los límites estrechos nos permiten encontrarnos con los otros, que esta vez son los nuestros, y reconocernos. Y abrir los ojos de los niños y los más jóvenes a que la vida es un derecho que no se regala sino que se conquista.

Tal vez esas paredes sean también un límite que nos obligue a frenar una carrera alocada hacia ninguna parte, recuperar la realidad frente a la apariencia y encontrar el “tempo” para la imaginación y las ideas que necesitamos para superar los retos que se nos plantean. Para convencernos de que lo podemos hacer y sobre todo, encontrar cómo hacerlo.

Porque la pregunta clave es qué pasará cuando volvamos a la “normalidad”. Qué sacaremos y que quedará de esta experiencia.

Cuando vuelvan a abrirse las puertas ¿sabremos no huir?

José Manuel Sanz

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