RELATOS DE ARQUITECTOS, es una nueva serie de textos compuestos por nuestros colaboradores que vamos publicar los viernes, en entregas semanales. Inauguramos la sección con los Relatos de la colección ochoxocho del arquitecto Julio Gómez-Perretta. El primero de ellos, titulado EL POETA, está incluido dentro de la serie de OCHO RELATOS FANTASTICOS, que conforman una de las cuatro partes de la colección. Cada vez que termine de publicarse un relato de este autor podrá leerse completo en nuestras páginas y también en el Blog personal de Julio Gómez-Perretta cuya enlace facilitaremos.
Esta madrugada de primeros de abril, la primavera apenas se siente en Paris.
Es esa hora temprana en la que todavía las sombras envuelven el corazón de la ciudad, y el frío es más intenso, pero aquí y allá un leve pálpito que sacude el silencio, anuncia que está pronto el despertar y que la vida renace una vez más.
Y entonces la noche sabe que su tiempo se ha cumplido y se va retirando despacio muy despacio, mientras el sol, aun ausente, nos anuncia con una luz todavía leve y rasante que ha llegado ya su hora.
Siempre hay un ruido primero, tal vez la persiana de un comercio madrugador, quizá el traqueteo del remolque que lleva sus productos al mercado, o simplemente un buenos días que resuena en la distancia.
Luego, como el arranque lento y cadencioso de un pesado engranaje, la ciudad se pone en marcha y los sonidos van multiplicándose, mientras los contornos se hacen más nítidos y una brisa cálida y perfumada templa los cuerpos ateridos.
Así ha sido siempre, aunque parezca nuevo cada día y no un instante tantas veces repetido, en la constante noria de la vida.
Es ahora el turno de los gremios que estrenan la jornada y que se relevan de la escena con el oficio que proporciona la experiencia. Ha pasado ya el ejército fantasma que riega y limpia las aceras, y ahora toca que el aroma de los hornos penetre en los rincones, ayudando a los mortales a dejar el nido cálido del sueño para enfrentar de nuevo una jornada.
Porque es el momento de retomar aquello que abandonamos un instante durante la tregua que la noche nos ha dado, para así volver a esa lucha que es la vida. Es así como los hombres hemos aprendido a soportar esta rutina sin alivio, sin receso, y sin más respiro, que esas horas oscuras de la noche en la que nos sumergimos en la nada que es el sueño, esa muerte a plazos, ese olvido que nos acoge por momentos, como aquel vientre materno.
A esas horas tempranas y de esfuerzo es cuando se aprecia el que sigue inconsciente su destino, ese incesante trayecto hacia ninguna parte, y el que sin embargo, precisamente esa mañana, ya no encuentra su razón para seguir en el camino.
Y es entonces cuando se piensa qué es la vida, si el preciado e irrenunciable don que hay que apurar o la pesada carga que nos abate, y ya sin remedio, uno se cuestiona la prorroga otorgada de nuevo esa mañana… y duda.
Jean Marie Bourdiol piensa todo esto sentado en el escalón de caliza, bajo el pesado portalón del zaguán de ese inmueble modesto, pero señorial, que se alza todavía en el número 12 de la Rue Daguerre, en pleno barrio latino y en donde vive desde su llegada a la ciudad.
Hace ya algunos meses que tiene el presentimiento de que su vida se va apartando, día tras día, de esa realidad que ahora contempla con extraña extrañeza. Ya no es uno más en esa interminable obra de autor desconocido, que comienza de nuevo ante sus ojos.
Al principio fue solo una leve sensación, un comezón que le ganó el alma tan solo un instante. Luego aquello fue creciendo, como una hidra poderosa enredada entre sus miembros, que se alimentara de su fuerza y de su sangre, secándole por dentro.
Al final, una noche cualquiera, de ocio y abandono, notó que estaba seco, ajeno a todo el mundo, espectador ausente de una mala obra del absurdo.
Y corrió como un loco por las calles, perturbado y sin refugio, notando el frío que la soledad alimenta y que venció gracias al opio de un amigo.
No puede decir si ha tenido un lúcido despertar a una verdad que lo aleja de los hombres corrientes, aquellos que fabrican el día, o si simplemente está cayendo por la temible pendiente de la melancolía.
Estas últimas semanas apenas ha visto la luz del sol, atareado con sus versos y entregado por completo a la vida nocturna de la ciudad que nunca duerme.
Jean Marie, esta mañana, se sabe un escritor mediocre en un mundo de gigantes. Ha conocido a los grandes, a Baudelaire y a Gerard de Nerval, su ídolo en aquel Paris de 1856. Ha probado a extasiarse, como ellos, con todas las sustancias imaginables, buscando en los paraísos artificiales una inspiración que nunca llega.
Hace tan solo unos meses que Nerval se ha suicidado colgándose de una farola, un final tan sórdido como impúdico que nuestro protagonista quiere sacudirse de su consciencia. Y es que un dibujante anónimo ha publicado en Le Siecle, el periódico liberal y republicano, una imagen del cuerpo suspendido, tan real como siniestra, y que aparece sin cesar en sus delirios.
Ahora, todavía bajo los efectos del alcohol y del opio, siente que las fuerzas le abandonan y que su último refugio, que es la imagen del hogar en su Provenza, se aleja, se pierde entre la bruma de sus sombríos pensamientos.
Vacilante se levanta, no siente el frío húmedo de aquella mañana que apenas es primavera y como un autómata comienza a caminar y siente que una fuerza poderosa y liberadora le impulsa hacia la nada en las oscuras aguas del Sena. El no es quien para emular el final absurdo y teatral de su mentor y maestro. Su paso por la ciudad ha sido anónimo, como el de tantos provincianos sin suerte o sin talento. Piensa en dos amigos, que él cree que lo son, y en la florista que le regala su ternura algunas noches, apenas nada, así que el Sena parece lo apropiado, lo más justo. Le sorprende comprobar que esa desaparición, que es casi una renuncia a haber existido, es ahora una liberación, un pasaje a la oscuridad y quién sabe si un viaje amortajado hasta el Atlántico.
Camina por la Rue Daguerre hasta la Rue Boulard y allí gira hacia el norte bordeando con respeto el cementerio de Montparnasse, donde reposa Baudelaire, y así siempre arriba, buscando el Sena, llega hasta el Jardín de Luxemburgo.
(sigue...el viernes que viene)
RELATO COMPLETO EN EL BLOG: http://deochoenocho.blogspot.com.es/
Autor: Julio Gómez Perretta de Mateo