Equipo Olivares se inspira en los materiales y sistemas tradicionales del paisaje isleño, realizando un nuevo acceso para el Museo de Historia y Antropología de Tenerife, funcional y enraizado en la memoria del lugar
Ubicada en el número 44 de la calle El Vino, en el Valle de Guerra de La Laguna, Tenerife, la Casa de Carta constituye uno de los ejemplos más relevantes de arquitectura doméstica rural del siglo XVIII en Canarias. Convertida en la sede del Museo de Historia y Antropología de Tenerife (MHA) y declarada Bien de Interés Cultural, esta construcción representa no solo un testimonio arquitectónico de las grandes haciendas isleñas, sino también un enclave cargado de significación patrimonial y territorial.
El encargo promovido por el Organismo Autónomo de Museos y Centros (OAMC), consistía en proyectar un nuevo vallado y un sistema de accesibilidad universal desde la vía pública hasta el museo. Esta operación, finalizada en 2025, fue asumida por los arquitectos de Equipo Olivares. Frente a la complejidad del entorno, un emplazamiento donde coexisten capas históricas, topografía escarpada y un paisaje agrícola de alto valor, la propuesta de Equipo Olivares se formula desde la contención, la observación y la pertenencia.
El proyecto parte de un doble objetivo, por una parte, dotar de continuidad y fluidez al acceso público, respetando las condiciones de protección del inmueble, y por la otra, establecer una delimitación coherente con el carácter rural del conjunto sin competir con su expresividad arquitectónica. Lejos de recurrir a soluciones miméticas, la intervención se articula como una interpretación abstracta de los lenguajes materiales y constructivos del paisaje agrícola insular.
Uno de los recursos proyectuales más distintivos se materializa en el tratamiento del cerramiento perimetral, que se descompone en dos tipologías principales: por un lado, un vallado vegetal transparente que resuelve el perímetro de la zona botánica mediante un muelle de redondos de acero galvanizado anclado a muretes de hormigón raspado. Este elemento establece una relación permeable entre el museo y el paisaje que lo circunda, y al mismo tiempo, se presenta como una estructura viva que se completará en el tiempo mediante especies trepadoras, actuando como espaldera vegetal.
Por otro lado, el vallado restante se formaliza como un muro cortavientos, inspirado en los tradicionales cerramientos agrícolas de la isla. Construido con hormigón abujardado teñido de negro, evoca la rugosidad de la piedra basáltica, tan presente en la arquitectura canaria. La trama perforada, compuesta por taladros inclinados en pendientes alternas, permite la generación de sombras cambiantes a lo largo del día, activando el muro como si de una superficie atmosférica se tratara e introduciendo una cualidad estética de gran sutileza, profundamente arraigada al lugar.
La accesibilidad universal, segundo gran objetivo del encargo, se resuelve mediante una cinta peatonal en zigzag, que salva la diferencia de cotas entre la calle y una plaza preexistente al interior del recinto. Este componente topográfico se convierte en oportunidad proyectual: las rampas, dotadas de barandilla con doble pasamanos e iluminación rasante, discurren entre taludes revestidos con pedraplenes de mampostería basáltica careada, punteados por pocetas con cardones, estableciendo un diálogo constante entre naturaleza, historia y geometría.
En el punto de encuentro entre ambas estrategias de cerramiento, el proyecto despliega su gesto más explícito: una pérgola vegetal, a modo de losa ajardinada, que acoge a los visitantes a modo de antesala abierta, funcionando como umbral arquitectónico y reclamo urbano. Esta pieza, que se prolonga con delicadeza hacia el interior, permite una transición gradual entre el espacio público y el ámbito museístico, y se convierte en uno de los símbolos de la nueva intervención.
La sensibilidad material y contextual del proyecto es inseparable de su vocación pública. Más allá de su escala acotada, esta intervención en la Casa de Carta constituye un ejemplo de cómo las arquitecturas menores pueden activar la rehabilitación del patrimonio histórico y cultural sin renunciar a los valores contemporáneos de accesibilidad, funcionalidad y sostenibilidad.
El proyecto no busca destacar, sino sedimentarse, ofrecer continuidad y abrir nuevos caminos. En un momento en el que la relación entre patrimonio y contemporaneidad se enfrenta a tensiones permanentes, la obra firmada por Equipo Olivares arquitectos se posiciona como un manifiesto silencioso, una arquitectura que escucha antes de hablar, que observa y no se impone. Una intervención que, como el propio paisaje agrícola que la inspira, encuentra en la humildad formal su mayor elocuencia.
Escrito por Aina Pérez i Verge
Fotografías de Equipo Olivares Arquitectos