Los terremotos y erupciones comparten su origen con el de las rocas y paisajes. La arquitectura pétrea y maciza del Valle de México es a su vez muestra de su pasado y herramienta para seguir explorando una expresión más contemporánea
Alrededor de hace 2000 años la erupción del volcán Xitle, ubicado en la sierra montañosa que limita los actuales territorios al sur de la Ciudad de México, destrozó casi por completo la ciudad prehispánica de Cuicuilco, asentamiento anterior a la antigua Tenochtitlán, Aunque las formaciones de lava petrificada ahora son vistas con naturalidad y ocupadas por zonas residenciales, universidades, edificios de gran altura y barrios completos, es fácil olvidar que hablamos de una ciudad cuya arquitectura volcánica fue una de las claves para que se convirtiera en lo que es en la actualidad.
Y es que efectivamente la actividad volcánica no solo permitió durante miles de años la formación de valles y cadenas montañosas, que posteriormente propiciaron la aparición de un sistema de lagos, de tierras fértiles y de un microclima que favorecieron el aprovechamiento de la tierra, así como el asentamiento y florecimiento de civilizaciones. También creó cantidades enormes de roca sólida que ha sido utilizada como un material de gran resistencia y de paisajes expresivos con vegetación endémica especialmente adaptada a la zona.
Si bien las rocas porosas de la superficie fueron usadas para los templos y plazas desde hace miles de años en el Valle central y ciudades vecinas, no fue sino hasta a mediados del siglo XX cuando los pedregales dejaron de ser puramente una zona de cantera, para convertirse en un área habitable. Este hecho fue propiciado en parte por el traslado de las instalaciones de la Universidad Nacional a los terrenos agrestes del sur, con el objetivo de ampliar su oferta educativa pues su ubicación original en el centro de la ciudad ya se notaba insuficiente.
Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional
A la par de este desarrollo educativo muy a la manera del Movimiento Moderno, también fue creciendo la demanda de terrenos y constructores, quienes con ayuda de explosivos, fueron abriéndose paso entre los rocosos páramos y de esa manera creando un tipo de arquitectura que poseía un carácter distinto a todo lo que se había hecho antes.
Casa Otero 1952 Col. Jardines del Pedregal. México, D.F. Arq. Manuel González Rul
Caseta de Ventas 2, Zona comercial, av. de las Fuentes de calle del Agua, Jardines del Pedregal, México DF 1950
Fue el propio Luis Barragán quien en una faceta menos conocida de inversionista y no tanto de arquitecto poeta propuso la creación del fraccionamiento El Pedregal el cual se fue poblando poco a poco de familias adineradas (aquellas capaces de solventar las maniobras y maquinaria necesaria para la construcción en un sitio de difícil acceso) y que también iban consolidando la nueva imagen suburbana del American Way of Life en tierras mexicanas.
Luis Barragán y el plano del nuevo fraccionamiento.
Fueron numerosos los arquitectos afamados y otros no tanto que diseñaron las residencias que paulatinamente también iban creando diálogos entre sus propuestas arquitectónicas y paisajes desconocidos.
Casa Bravo Ahuja,1960 Calle del Fuego 830, Jardines del Pedregal. México, D.F. Arq. Reinaldo Pérez Rayón
Casa Creston 1955 Col. Pedregal de San ángel. México, D.F. Arq. Enrique Carral
Posiblemente las dos obras de arquitectura más reconocidas dentro de la nueva urbanización se las debemos a Luis Barragán y a Juan O'Gorman. El primero fue el autor de la llamada Casa Pedregal, donde una geometría de líneas limpias contrasta con el estrato azaroso de las ondas solidificadas y puntiagudas del terreno.
Al segundo le debemos la audacia de proponer una vivienda moderna que sigue los principios del organicismo al interior de una gruta. Ambas obras no pueden ser más contradictorias entre sí. Por un lado Barragán se encarga de crear planos que buscar una ligereza moderna en las alturas y con ello domesticando las superficies a nivel de suelo, y por el otro O'Gorman se mete en las profundidades de una cueva trabajando los interiores de una manera casi primitiva.
En la actualidad, y a propósito de su reciente nominación al premio MCHAP, la ampliación del museo Anahuacalli, diseñado por el muralista Diego Rivera pero concluido por el mismo Juan O'Gorman, una vez más hace eco de este pasado-presente telúrico que esta presente en los terremotos esporádicos de la Ciudad de México, pero también en su expresividad particular obtenido a partir del trabajo de masas, volúmenes y texturas, todas provenientes de la roca y de manera contemporánea, en el concreto.
Si algún día decide aventurarse al sur de la ciudad y busca ese territorio volcánico, podrá encontrarlo en el Espacio Escultórico de la Universidad Nacional, una obra de Land art cuyo propósito es la de preservar, cuando menos en su centro, un paisaje que deberá ser observado en silencio y con las montañas de fondo.