LCLA Office y Clara Arango diseñan un conjunto de cuatro casas en el Retiro, Antioquia, que permiten experimentar la montaña de diversas formas, incluyendo un alto nivel de confort y bienestar, en áreas menores a 75 metros cuadrados
Debo confesar que me parece fascinante la versatilidad de la arquitectura. El hombre, a través de este arte y disciplina, es capaz de proyectar rascacielos monumentales pero también recintos pequeños altamente confortables. Por ejemplo, LCLA Office y Clara Arango diseñan un conjunto de cuatro casas en el Retiro, Antioquia, que permiten experimentar la montaña de diversas formas, con un alto nivel de confort y bienestar, en áreas menores a 75 metros cuadrados. Para el 2021, las dos primeras casas estaban construidas.
La localización del proyecto sucede en un claro del bosque montañoso anteriormente utilizado para la ganadería. Los arquitectos y paisajistas aprovecharon la oportunidad de un lote despejado y sin limitantes, para reconfigurar el paisaje y conceptualizar un jardín que además de revitalizar el terreno, fuese el complemento de los interiores de las casas.
Al llegar, los usuarios tienen la experiencia de poder admirar el paisaje en la cima de la montaña, luego empiezan a recorrer un sendero que los dirige a dos experiencias totalmente diferentes: las casas, aunque a primera vista la materialidad de las volumetrías los engañe. Primero, se topan con la fachada occidental de un objeto alargado en concreto, la cual consiste en un muro de contención rectilíneo con un vacío rectangular que demarca el ingreso. El muro finaliza hacia el norte de forma curva, y hacia el sur, la fachada se convierte en escalones que los dirige hacia la cubierta habitable del recinto, permitiendo que el recorrido demarcado por el sendero inicial se expanda hacia la contemplación del bosque en su totalidad.
La primera casa se posa sobre la montaña y se entierra parcialmente en ella, de forma que dialoga íntimamente con el lugar, mitigándose en él, pareciendo surgir del mismo, creando una atmósfera de recogimiento en su interior. La luz natural de la pieza es dada principalmente por la fachada oriental, que se abre en las zonas sociales, y por las luces cenitales, que llenan el ambiente de formas geométricas continuamente cambiantes.
Si los usuarios continúan por el camino principal, se encuentran con un cubo que flota: un recinto que a diferencia del anterior, exclama ser descubierto. En esta segunda casa todas sus fachadas se abren, permeando el entorno hacia el interno, luego el suelo se eleva cuatro metros del terreno, dando una visual global y una experiencia de constante relación interior-exterior.
Las personas ingresan por la fachada suroccidental y se encuentra con un espacio dinámico y continuo -a excepción de los muros de la zona sanitaria-. Las zonas sociales juegan con los niveles, y se entierran aproximadamente medio metro del nivel general. Aunque el espacio solamente cuenta con 64 metros cuadrados -9 metros cuadrados menos que la casa larga- dispone con las comodidades para alojar más individuos.
Las Casas Ballen son un gran ejemplo para hacer notar que los espacios reducidos pueden ser igualmente, o inclusive más dinámicos, que grandes áreas construidas. Las dos casas, aunque comparten el trabajo en concreto, los detalles personalizados en acero inoxidable y la ventanearía, tienen una tipología diferente, permitiendo se comuniquen con la montaña de forma opuesta, aprovechando diversas características de la pendiente. Sin embargo, aunque las dos soluciones estructurales lleguen a tener experiencias de habitabilidad contrarias, la relevancia de la materialidad, el protagonismo de la luz natural, y el aprovechamiento del paisaje y jardines, hacen del conjunto un proyecto arquitectónico relevante.
Escrito por María Carla Flórez Jiménez desde BOGOTÁ D.C.
Fotografías de Luis Callejas